Despedidas
Yo sé que prometí subir un relato la semana después a la última entrada, pero Medicina pasó y la historia de ese relato es super dulce así que también me quiero tomar mi dulce tiempo en acabarla. Aquí tienes una carta que presenté a un certamen de cartas de amor (valga la redundancia). Lloré escribiéndola. No es que quiera que llores, es que es bonita en una manera muy agridulce. Y también es sáfica. Ala, que la disfrutes.
Mi más querida tormenta,
Niké, no voy a
preguntarte “¿cómo estás?”, porque un “¿cómo estás?” pide una respuesta, y esta
es una carta de despedida.
Decir adiós ha sido
siempre nuestra asignatura pendiente. La última vez, después de dejar el hotel
del congreso y jurar que aquel había
sido nuestro último baile, encontraos que nuestros aviones estaban en puertas
contiguas. El vuelo que vino después me recordó al final del campamento en
agosto del noventa y cuatro, cuando me hice una bola en la parte de atrás del
coche de mi madre, porque estaba infinitamente triste y no sabía por qué. Nos
habíamos despedido riéndonos. No sabía, no entendía de donde venía aquel
torrente de lágrimas. Yo me abrazaba al viejo peluche que mi madre había cogido
para mí por mucho que el mes anterior, mientras preparaba mi maleta, le hubiera
chillado que no quería llevármelo porque ya era una niña grande. Y lloraba.
Decir que dueles sería
mentir. No dueles, Niké, quemas. Escueces en las heridas abiertas, pero sigues
siendo dulce y sigo queriendo contarte y cantarte todo, aunque ya no se pueda
hacer nada.
Niké, antes de que te
preocupes por mí y leas el resto de estas palabras en una rabia frustrante por
no saber en qué lío me he metido esta vez, quiero que sepas que mientras lees
esto yo ya estoy muerta. Tampoco te pido que hagas tu paz con mi muerte ahora
mismo, pero es necesario que aceptes que de este lío ya no me sacará nadie.
Esta vez no es por una patente que no he querido vender o por difamar a algún
profesor que merecía ser retirado del cargo. Esta vez es definitiva, Niké,
Victoria. Esta vez no hay ninguna rendija por la que poder escapar.
Niké, mi amor, mi vida,
hemos pasado veinticinco años creyendo que jamás podríamos ser una. Pero si te
paras a pensarlo, si analizas cada maravilloso y desaventurado episodio de
nuestra vida juntas, acabas viendo qué sencillo hubiera sido solo cambiando un
par de palabras, solo poniéndonos a nosotras por delante antes de poner por
delante a los demás.
Nuestro mayor error fue
no pecar de egoísmo. Siempre hubo otro sitio donde estar porque otras personas
nos necesitaban allí, primero de vuelta a los sitios donde nacimos, donde cada
una tenía un mejor amigo al que le había prometido que íbamos a estar juntos desde
volver del campamento hasta el principio de curso. Luego clases y voluntariado
y laboratorios y oficinas y cada vez estábamos más lejos.
Pero luego nos
encontrábamos de nuevo. Cada vez, Niké. Siempre pensé que el universo estaba en
nuestra contra, pero, ¿y si no es así? ¿Y si estuviéramos desesperadamente
destinadas y el único, invencible problema fuera una vida de pequeñas cosas que
han ido tirando de cada lado?
Quizás pudo haber más.
Quizás podríamos haber construido un hogar, haber sido un poco más egoístas.
Quizás, sí, pero esta no es una carta para pedir perdón, Niké. No me estoy
disculpando por no haberlo intentado más o mejor. Me estoy despidiendo de ti y
de todo lo que hemos sido, porque, oh, hemos sido algo hermoso. Si te puedo
pedir una última cosa, es que así es como quiero que nos recuerdes: como todo
lo que hemos sido, no como todo lo que podríamos haber sido ser.
Tuya,
Julia.
No hay comentarios: