Bailando jazz en el metro

Yo he leído libros enteros sentada en el suelo de Eroski.
No sé si me dejaban tranquila porque les emocionaba ver a una niña interesada en la lectura o porque por allí no pasaba nadie.
De eso hace ya bastante tiempo, porque los libros de Eroski ya no son lo que eran y porque yo ya no soy lo que era. Prefiero ir con mis padres, para ser más rápidos y así llegar antes a casa, donde pueda hartarme de leer e-books que he descargado de internet sin gastarme un duro.
Así que, en conclusión, sigo igual. Sigo cantando canciones de Disney y saltando sin razón, tocando el mismo saxofón y mordiendo las mismas uñas.
Y el mundo sigue igual. Porque corruptelas siempre ha habido. Y guerras, y enfermedad, y parejas bailando jazz en el metro.
Somos tan raros.
Somos raros, porque algunos de nosotros sacamos lo bonito de las cosas feas, y otros somos las cosas feas. A veces somos cosas feas y malvadas por nosotros mismos, a veces otras cosas feas nos hacen malvados y feos. Pero la pregunta es, ¿por qué no intentamos limpiar nuestra parte sucia? Pudiendo hacerlo. Sabiendo hacerlo.
No puedo pedirles nada de los señores que cometen crímenes físicos a mansalva. ¿Quién soy yo para pedirles algo a ellos? No me escucharían. Y me rajarían, de paso. Pero, ¿qué hay de los crímenes morales? Las cosas que se hacen con la mirada. Con las palabras y con actos que son justificados por mentiras que tú inventas para mentirte a ti mismo.
A ellos tampoco puedo pedirles nada. Porque el crimen sigue ahí. Pero hay una diferencia: que en este segundo caso, hay menos posibilidades alguien sea coaccionado a cometer el crimen, ya que las mentiras inventadas por ti mismo, al principio, solo son para ti mismo.
Así empieza. Y, ¿por qué hacerlo?
Sé que estas pensando que tú no eres un político que pueda parar la corrupción, o el dirigente de una nación que va a la guerra. Pero yo no quiero que lo seas.
Solo quieros más personas felices con su vida, porque lo hacen lo mejor que pueden, bailando jazz en el metro.

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