52 semanas · #4






Alma de París, cinco de la tarde, otoño que no perdona aún a treinta de septiembre. Helena se coloca detrás de la oreja un mechón rebelde que no para de ser columpiado por el viento, de sus pómulos suaves a la nariz recta, y suspira, pero es un suspiro alegre. Helena está exultante y quiere que la ciudad reciba un poco de su felicidad.

Caderas esculpidas, cintura estrecha, rubita de cine. Sí, debajo de un uniforme y de un gorro, pero no le importa cuántas capas tenga encima: lo atrae, y Jean Claude siempre consigue lo que quiere. Por algo es el chef jefe. Ups, casi se le resbala esa cuchara. Sí, necesita ayuda, mejor guíala.  Mejor dile que tiene que cocinar con todo el cuerpo, y ponle la mano en la cintura, y dile que se relaje, y coge su brazo mientras te mueves diciendo que tiene que sentirlo o no saldrá bien.

Agua salada, un baño pequeño, un sueño con grietas. Helena llora, se enjuaga la cara, las piernas le tiemblan. Debería haber sido un chico, siempre debería haber sido un chico, su madre tenía razón. Debería haber sido un chico, después de sus tres hermanas mayores. Debería haber sido un chico y haber estudiado algo que hiciera a sus padres orgullosos, como Derecho o Medicina. Debería haber sido un chico, y así no habría ningún Jean-Claude que la acosara y ninguna pesadilla en su mundo ideal.

Si el viento en París no estuviera acompañado por lluvia en París dos días después, si Helena no usase el metro para llegar a casa después de su turno, y si Jean Claude no sobreactuara aquella educación perfecta que lo obligaba a llevar a la señorita a casa, Ismail, el encargado, no estaría viendo las intenciones del chef desde el otro extremo de la cocina. Pero Ismail, el segundo en la cocina, puede ver perfectamente la mirada en los ojos de Jean Claude y como Helena dice que prefiere ir andando, que no quiere causar molestia, que –esta vez lo piensa— no quiere montarse en el mismo coche que él, que por favor alguien la salve, pero nadie quiere molestar al chef. Ismail lo sabe porque no es la primera vez que ve esa clase de mirada, pero cuando se ofrece a llevarla, porque sabe que vive más cerca de ella que Jean-Claude, y ella se agarra al clavo ardiendo, toda la cocina pone la misma cara, toda la cocina piensa que las intenciones de Ismail son dudosas.

Una amenaza, un empujón, un delantal a medio anudar. Están solos, él a él, hombre a hombre, tête à tête. Escúchame, moro de mierda. Aleja tu polla de ella. Aleja tu polla de ella, vinisteis a violarlas a todas. No sé cómo coño acabaste en la cocina de este hotel, pero haré que te despidan. ¿Sí? No. Jean Claude, tú eres el violador. No sabes de lo que estás hablando, eres un niño mimado. Siempre has tenido lo que has querido. Es hora de que no lo tengas de una puta vez. Aleja tu polla de ella, viniste a romperlas a todas. Alejate de ella. Pero Ismail no lo ha dicho, lo ha pensado, se ha limitado a parecer que ignora a Jean Claude, y Jean Claude se ha cabreado. Helena entra a la vez que él coge uno de sus cuchillos. RESPONDEME, MORO DE MIERDA ¿O NO TIENES HUEVOS? Fuera, entre dientes, hacia Helena, que está pegada contra la puerta.  Y Helena corre. Y fuera llueve y hace viento, y Helena escucha un grito desde la cocina, y Helena corre más rápido. Jean Claude va detrás de ella, ha matado a Ismail, la va a violar, la va a matar. Y una carretera, y un coche. Y Helena.


La misma compañera que ha alertado a seguridad al entrar en la cocina es la que va a buscarla, después de la voz ronca de Ismail. Helena, no, Helena. El conductor ha frenado a tiempo, pero ella se ha resbalado, se ha dado en la cabeza. Sirenas. Blanco, blanco, blanco. Sufre usted de dos huesos rotos. ¿Cómo he llegado aquí? La atropellaron. O técnicamente se cayó en el asfalto. No, no. Iba por la acera. El trabajo nuevo, me han cogido, no podía perder esa oportunidad. Me temo que se va a tener que quedar aquí una temporada, joven, sonríe la doctora, que ha estado hablando con la compañera del trabajo que Helena no recordaba. Pero nunca se sabe. Pueden guardarle el puesto.

Alma de París, cinco de la tarde. Helena se coloca detrás de la oreja un mechón rebelde que no para de ser columpiado por el viento, de sus pómulos suaves a la nariz recta, y suspira, pero es un suspiro alegre. Bienvenida, Helena. Soy Ismail, el chef jefe. Espero que te guste trabajar aquí.  

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