52 semanas · #7
Como Anna grite una vez más, juro por
todos los dioses que le tiro la bandeja al suelo.
Trabajando en uno de los restaurantes
más exclusivos de los Ángeles, lo normal es encontrarse famosos
cuando sirves. Lo normal es hacer algún comentario al volver a la
cocina si llevas siendo su fan desde los tres años. Pero no
repetirlo. No ir dando saltitos. No decir cinco veces que estás
«súper contenta» porque te ha tocado su mesa.
Para ser justos, si hubiera sido yo la
que les sirviera la comida, le estaría respondiendo con voz de robot
cortante y no levantaría ni una comisura ante sus comentarios. Eso
es bastante obvio, sobre todo si consideramos que tengo que controlar
las caras de asco.
Alguien que se dedica a la hostelería
en estas esferas no debería decir esto jamás. No le estoy sirviendo
a Donald Trump ni a mi ex en un bar de carretera. Y, sin embargo, no
soporto mirarle a la cara.
Sería totalmente correcto decir que el
hombre que tengo en tres mesas en diagonal mientras sirvo un cóctel
de gambas me rompió el corazón. Mejor dicho, lo pisoteó. Es lo que
pasa cuando idolatras a alguien y se te cae el mito. Tiene gracia,
porque llevo cerca de dos años —desde que vine a los Ángeles—
rezando a todos los panteones que conozco por encontrarlo y poder
pedirle una foto, o lo que sea. Ya, no. Ya no son nada todas esas
tardes que pasé con el nerviosismo llenándome el pecho esperando
verlo al abrirse la puerta. Por lo menos se cumplió una vez antes de
que mis sueños se fueran por las alcantarillas.
No me estoy lamentando por tiempos
pasados y felices, porque prefiero conocer verdades desnudas a ver
una mentira envuelta en sedas, aunque la mentira haya durado toda la
vida. Cuando salió a la luz, mi mejor amiga me llamó como si me
estuviera dando el pésame, pero yo no estaba llorando a Bowie. Me
sentía imponente, una mierda de vaca y sentía ganas de estrangular
a alguien, pero desde luego, no tenía ese sabor de las cosas pasadas
y bellas que nunca volverán.
Qué asco de tío. Joder. No puedo
mirarlo ni de reojo, ni dos segundos seguidos, sin pensar en lo que
ha hecho. Es gracioso, porque ya he tenido esta misma experiencia,
aunque yo tenía nueve años y era el novio de mi hermana mayor el
destinatario de mi odio infante. Ella tenía quince años y él la
cerró y la encerró y «puta» y «gorda» y labios morados. Creo
que le llené la casa de huevos para Halloween.
Desde luego, no puedo llenar la casa de
Johnny Depp de huevos, pero ganas no me faltan.
En esta ocasión, levanto la cabeza y
miro el perfil del actor.
Sonríe. No lo he mirado más de un
segundo y ya he vuelto a por más platos: sigue doliendo. En la
cocina, Anna se lleva unas palabras cortantes del chef que me hacen
regresar a mi mundo. Me podría consolar con creer que Depp no fuera
tan bruto como el cerdo de Ken Patterson,
pero sé que jamás lo haré. El
problema no está tanto en la intensidad como en el acto, sea de
hombre a hombre, de mujer a mujer, de mujer a hombre o viceversa. El
problema está en que solo debería ser usado en defensa propia y que
jamás se deben llegar a las circunstancias que lo puedan hacer
realidad en una relación.
«Erick les servirá esta vez»
Yo levanto la cabeza. Ese es mi nombre.
Al parecer, mientras servía los aperitivos en la mesa de al lado de
la cocina, Anna ha seguido peleando por sus derechos de fangirl.
— La mesa dieciséis —indica Olga,
mi jefa, señalando los platos que ya llevan esperando un poco más
de la cuenta.
Dieciséis. Los años con los que
acepté que me gustaba en todos los sentidos.
No puedo evitar pensar en que ve al
mirarme. Un joven camarero un poco demasiado alto un rizo caoba en
mitad de la frente y ojos oscuros. Le resulto vagamente familiar por
como cierra levemente los ojos, o quizás le he puesto el plato que
no era delante. No voy a decir que no me importa. Tampoco necesito
más que una mirada intensa y breve para confesarlo todo.
Me has roto el corazón y yo no te voy
a hacer pagar por ello, pero espero, por el Erick de hace diez años,
que estés sinceramente arrepentido.
Mientras me alejo, pienso que quizás
lo hayas entendido como disculpas silenciosas por haberte hecho
esperar tanto el postre.
Hola ^^
ResponderEliminarMe gusta, es así como íntimo y no esperaba para nada la identidad del susodicho. Me gusta cómo narras porque mete al lector completamente en el centro de la narración y es como tener al lado al narrador y la escena en sí.
¡Genial! ❤